El puente de Hierro cumple cien años

El puente Nuevo o puente de Hierro o, Puente de Enrique Estevan nace para salvar al puente de Piedra, el Viejo puente Romano.
 
 
En 1891 el puente Romano es insuficiente para la ciudad. Tan estrecho que las personas que lo cruzan deben ir sorteando ganados, carruajes y peligros. Como en aquella época no se andan con muchas exquisiteces de conservación histórica, plantean sin más ni más ensanchar el puente Romano…
 
Es el concejal Enrique Estevan Santos quien propone dejar tranquilo al puente histórico y construirle a Salamanca un puente nuevo.
 
Desde que los salmantinos empiezan a imaginar su puente nuevo hasta que se inician las obras transcurre mucho tiempo y todo un vericueto burocrático, que Enrique Estevan se empeña en superar. 

Enrique Estevan Santos
Enrique Estevan Santos. Fotografía de El Adelanto. Obtenida en la web de prensa histórica
 
Los trabajos en el Tormes no comienzan hasta el 10 de diciembre de 1902, con la previsión de terminar el 27 de junio de 1909. Previsión demasiado optimista, porque las obras se alargarán unos cuantos años más.
 
En junio de 1907 todavía se trabaja bajo el agua en la cimentación del puente. Un animoso reportero de El Adelanto, Fernando Felipe, decide hacer a un lado el miedo y bajar a lo hondo del río, para contar a sus lectores la actividad que acontece bajo las aguas del Tormes.

Fernando Felipe cuenta así su experiencia:
¿Vale decir que tenía miedo?
Si ustedes no presumen de valientes, me atrevo a decirles que tenía miedo a pesar de que nadie me exigía que bajara a las cámaras, sino que lo hacía por pura curiosidad. […]
Un zagalón de unos veinticinco años, flacucho y casi enfermizo, empleado en los trabajos del puente, me miraba de tiempo en tiempo y soltaba una risotada que contenía apretándose la boca fuertemente.
El detalle me desconcertó; había en su risa de buenazo, teñido de taimado, algo que decía: “En buena te vas a meter. Yo he bajado y no me quedan ganas de volver. Ya verás lo que es bueno”.
Veremos —decía yo impaciente por bajar.
El señor Seoane se acercó a la boca del pozo y dijo: “Subir los cestos”. Una voz contestó desde abajo.
En torno nuestro el agua se movía, con un extraño bullir de pompas de aire.
¿Qué pasaba? El señor Gonzálvez decía: “Es el aire de abajo que sale”.
El señor Seoane subió al puente de madera y pidió a voces a los del otro extremo unas blusas para nosotros.
Se acercaba el momento.
El zagalote seguía su trabajo; pero no dejaba de reír siempre que creía que yo no le observaba.
Los señores Gonzálvez y Seoane repetían tantas veces que no ocurría nada, que ya me iban haciendo pensar que algo ocurriría
Por fin, el sonriente obrero de quien hablo a ustedes, apoyó en la esclusa una escalera, por la que subimos, después de habernos puesto las blusas.
Cerraron una pesadísima puerta de hierro, pegando fuertes porrazos con un martillo y pasaron unos instantes.
Los señores Gonzálvez, y Seoane y yo, íbamos acurrucados para ocupar el menor espacio posible, porque era muy poco del que se disponía. La mayor parte de la esclusa la ocupaban unos cestos vacíos.
Pasaron unos minutos y yo esperaba el momento tremendo.
Oí distintamente un sonido que parecía un escape de gas, me pareció que me habían dado un golpe tremendo en el cráneo, sentí que me quitaban luz de los ojos y segundos después un dolor intensísimo, penetrante, irresistible en los oídos 
La sensación era la de que me los atravesaban con un hierro ardiendo. Corrientes de líquidos que me parecían abudantísimas, tendían a salir por mis orejas y los oídos me parecía iban a reventar de un segundo a otro. 
El dolor se hacía cada vez más intenso; si aquello duraba unos minutos más, seguramente no podría resistir.
De pronto oí la voz del señor Seoane que me decía. “Agárrese usted a los lados. No, más aquí; más arriba. Agárrese usted fuerte”.
Obedecí como un autómata. Sin saber lo que hacía fui bajando los pies, porque por el tacto conocía que eran unas escaleras lo que tenía en las manos.
Al acabarse las escaleras solté las manos y noté que pisaba arena.
Estaba en la cámara de trabajo.
[…]
A los pocos momentos la vista se acostumbra a aquella luz y distinguís perfectamente cuanto hay en la cámara. 
Un fresco agradable y una atmósfera pura, os permiten respirar con la comodidad con que lo haríais en una bodega bien ventilada.
En la cámara trabajan seis obreros, todos ellos jóvenes.
[…]
Las luces son dos lámparas eléctricas que alumbran la cámara.
En medio de la cámara hay un orificio por donde suben de tiempo en tiempo cestos cargados con la arena que están extrayendo del interior.
[…]
Las cámaras tienes 13,70 metros de largo por 3,70 de ancho, y una altura de tres metros.
Están hechas de hierro y recubiertas de una sustancia que evita que el aire que en ellas se está inyectando constantemente, escape por algún agujero y permita la entrada del agua en el interior.
[…]
Aún no repuesto de las molestias del descenso; pero libre de la presión que tanto me había atormentado, hablé con los obreros que me decían que se estaba bien en el interior de las cámaras. 
[…]
La idea de volver a meterme en la esclusa para subir me tenía preocupado.
Pasaron algunos minutos en los que los señores Gonzálvez y Seoane inspeccionaron los trabajos realizados, y después dieron la orden de marchar.
Subí por las escaleras por las que había bajado y me encontré otra vez en la esclusa ya no temeroso sino aterrado ante la expectativa de que se reprodujera la desagradable impresión que sentí al bajar.
Por fortuna la impresión fue mucho menos fuerte y al verme en tierra respiré a pulmón abierto convencido de que ningún peligro me amenazaba a pesar de que al limpiarme la nariz vi que arrojaba una sangre negruzca y coagulada.
[…]
La obra Lecciones de cimentaciones, del reputado capitán de Ingenieros Villar y Peralta […]
Dice el señor Villar y Peralta: “Es más peligrosa la salida que la entrada.
Si la entrada en la atmósfera de compresión es rápida, pueden producirse hemorragias, congestiones cerebrales y pulmonares y la parálisis de las piernas.
En la salida de la esclusa hay más peligro. Aun siendo muy lenta se expone el obrero a pleuresías y pulmonías a causa del enfriamiento que acompaña a la expansión del aire”[…]
El progreso tiene estupendas exigencias y seguramente cuando dentro de algunos años podamos pasar por el nuevo puente, serán muy contados los que se acuerden de cómo trabajaban los obreros encargados de la cimentación.

Seis años después, el 23 de octubre de 1913, a las once en punto de una mañana desapacible, se inaugura el puente Nuevo.
 
puente enrique estevan 1913
Fotografía El Adelanto. Obtenida en la web de prensa histórica
 
El Adelanto lo describe así:
El puente adornado con guirnaldas y banderas, ofrecía un hermoso aspecto. La entrada se cerraba por una cinta con los colores nacionales.
Ignorando las inclemencias de la mañana, los salmantinos acuden en masa para ser los primeros en estrenar el puente. Entre ellos un estudiante, Ándrés García Sendín, que tiene la mala suerte de protagonizar el incidente de la mañana: “sufrió tan fuerte pisotón en el pie derecho, que salió con dos dedos completamente magullados. Conducido por sus compañeros a su domicilio, fue auxiliado convenientemente”. Del autor/a de este pisotón, sin duda histórico, El Adelanto no da información.
 
Desde aquella mañana desapacible de octubre de 1913, han pasado cien años, mucho Tormes, mucha gente cargada de sus historias, y el puente Nuevo ahora está viejo, medio oxidado, algo temblón y resbaladizo. Ha envejecido peor que el puente de los romanos, pero los salmantinos lo queremos igual.
 
El puente de Hierro fue el primero que con sus barandillas abiertas nos acercó a la profundidad del río. Mirar al río desde el puente Romano es como asomarse al balcón y contemplar un amistoso Tormes de postal. El Tormes desde el puente de Hierro se ve más fiero, más oscuro, más río...
 
 
Desde el puente Romano los niños nunca han podido ver el Tormes ni aún empinándose. Pero el puente de Hierro lo cruzábamos de niños con el corazón un poco apretado. A pie o en coche, llegar al puente Nuevo siempre fue un acontecimiento: ¡El puente, el puente!, y los niños callábamos y mirábamos por fin al Tormes…
 
De mayores alguna vez hemos llegado a pasar por el puente Nuevo sin verlo ni mirar tampoco al río; cosas de la edad… Hemos paseado por el puente de Hierro de la mano de alguna ilusión que nos agitaba por dentro más que la profundidad oscura del río cerca, bajo los pies. Y lo hemos atravesado muchas veces con el orgullo subido, presumiendo de una entrada a la ciudad para enmarcar.
 
Y queremos seguir atravesando el puente recordando, a lo mejor, paseos al sol de hace años; presumiendo, siempre, de la vista monumental; pensando, ¿por qué no?, en el estudiante Andrés García Sendín cuyo nombre pasó a la historia gracias a un pisotón, e imaginando, a lo mejor, a seis jóvenes cuyos nombres se perdieron en algún rincón de estos cien años, y que se jugaron la salud bajo las aguas del Tormes, en las cámaras de cimentación.
 
Queremos al puente Nuevo aunque esté viejo. Queremos protegerlo ahora que cae sobre él nada menos que el peso de un siglo. A ver si las autoridades competentes se lo toman en serio, dejan de lanzar promesas al aire, y empiezan de verdad a cuidarlo. Eso queremos.


BIBLIOGRAFÍA
El Adelanto: 25,26,28 de junio de 1907; 2 de julio de 1907; 23,24 de octubre de 1913
Licencia Creative Commons Este obra de Laura Rivas Arranz está bajo una licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.



Comentarios

  1. Espero que sí, que dejen de lanzar promesas al aire... Aunque en estos tiempos es difícil creer esto... Pero sería una pena que no se cuidara este puente. Gracias por esta pequeña lección de historia!
    Besotes!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Margari! Gracias a ti por pasar por aquí y comentar:) Pues sí. Sería una pena que no se cuidara el puente, pero con los tiempos que corren..., cualquier cosa. Otro besote para ti!!

      Eliminar
    2. hola! soy un sobrina/nieta de Enrique Esteban Santos y comparto la opinión de que debería cuidarse el "viejo" Puente Nuevo. estoy escribiendo un libro y en él, he querido reflejar la historia de mi familiar. quiero mucho a esa tierra porque dejando aparte que es la mejor, es la tierra de toda mi familia. Gracias

      Eliminar
    3. Gracias a ti por leer y por dejar aquí tu comentario. Ese libro que estás escribiendo sobre tu tío abuelo suena muy interesante. Infórmanos por aquí de los progresos de tu libro!! que los que andamos por aquí nos interesa mucho el tema charro ¡Saludos!

      Eliminar
  2. Estaba yo haciendo mis investigaciones del Puente Enrique Estevan (una amiga está estudiando el recorrido y la situación de las ya casi desaparecidas murallas romana y medieval y de las puertas de esta última y yo estoy estudiando los 7 puentes que cruzan el Tormes) y me he topado con esta página que da una perspectiva totalmente nueva, desconocida y, por desgracia, olvidada de la construcción de este puente. Pasaron a la historia los nombres de Enrique Estevan y de Saturnino Zufiaurre _y es justo que así sea_ pero quedan en el anonimato todos aquellos que con sus propias manos consiguieron que aquel proyecto se materializase y que sudaron y se la jugaron para lograrlo. Gracias a aquel aguerrido reportero Fernando Felipe, nos hemos puesto por unos minutos en su pellejo. Muchas gracias por publicar esta historia y mi homenaje para los que construyen la historia a cambio de tan poco.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias a ti por leerla y por querer dejar aquí tus impresiones!! Es injusta la Historia. Sólo hace sitio a los grandes nombres y los gestos más grandes. Artículos como éste que encontré en la prensa histórica hacen un poco de justicia al valor de las personas anónimas que nunca pasaron ni pasarán a la Historia. ¡Saludos!

      Eliminar

Publicar un comentario