Y aquí estamos los salmantinos campando a nuestras anchas
por la ciudad, impermeables a los rumores de una colisión fatal de la Tierra contra no sé qué
raro planeta, indiferentes a los significados ocultos del calendario Maya,
paseando alegremente por nuestro casco histórico la víspera del Apocalipsis.
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Y eso que nuestro casco histórico está para pocas bromas: La
iglesia de San Martín en peligro de desplome se ha quedado compuesta y sin
restauración de la Junta ,
a la Plaza Mayor
a veces se le cae algún trozo de cornisa, algunas grietas de la fachada de las
Úrsulas o de la iglesia de san Benito dan algo de miedo, las conchas de la Casa de las Conchas no sé yo
si están muy seguras (que por cierto, ahí sigue sin restaurar el muñón de la que
se desprendió, o desprendieron, hace algún tiempo) … Vamos que como mañana le
dé al mundo por terminarse fijo, pero fijo, fijo, que caemos con todo nuestro
patrimonio histórico de los primeros.
Menos mal que los salmantinos somos pachorrones y nos lo
tomamos todo con filosofía. Eso, o que estamos acostumbrados a vivir en el fin
del mundo: casi sin industria, casi sin tejido empresarial, casi sin trenes…
Sea por eso o no, lo cierto es que la pachorra nos viene de
lejos. Nuestros antepasados también se vieron sometidos a cíclicas predicciones
del fin del mundo, recogidas puntualmente por la prensa charra. Se hacían
pronósticos para todos los gustos: choque interplanetario, colisión contra un
cometa, congelación progresiva de la
Tierra por la muerte del sol, estallido terrible e inevitable
del núcleo terrestre, invasión de las aguas… Un rosario de desdichas que no
alteraban mucho la vida en la ciudad.
En 1910 el cometa Halley protagonizó uno de estos anuncios
apocalípticos.
Foto. Wikipedia
En enero de 1910 se publicaba que el 18 de mayo de ese año,
ni un día antes ni un día después, la cola del cometa Halley chocaría contra la
tierra llenando la atmósfera de cianógeno, que al ser respirado se
transformaría en ácido prúsico haciendo explotar los pulmones… Otros no lo
tenían tan claro, y afirmaban que antes de que saltaran en llamas los pulmones
de nuestros antepasados la más mínima chispa haría explotar el aire cargado de
cianógeno… Menudo panorama.
El 18 de mayo de 1910 amanece Salamanca cubierta de nubes.
Los salmantinos se desperezan y como otro día más, qué remedio, se van
dirigiendo a sus labores. El día se desarrolla con normalidad. A la hora del
paseo, la gente acude como siempre a la Plaza
Mayor. Como llueve, los paseantes se dedican a girar bajo los
soportales dando vueltas y más vueltas al tema del cometa Halley. La gente alarga el paseo, esperando el
anochecer para mirar al cielo y ver cara a cara la cola del cometa.
Se pone el sol y por mucho que los salmantinos toman el
centro de la plaza y alzan la mirada al cielo, no ven rastro del cometa. Lo
ocultan las nubes.
Los aguerridos reporteros de El Lábaro, pasan la noche en blanco a la caza de noticias. Todo se
mantiene en cotidiana calma hasta poco antes del amanecer, cuando los redactores
notan un nuevo pico de ciudadanos curiosos que apuran los últimos momentos de
oscuridad en un nuevo intento de ver el cometa… O a lo mejor son sólo
trabajadores dirigiéndose a sus ocupaciones… En cualquier caso, la lluvia
arrecia y sigue sin poder avistarse rastro del cada vez menos mortífero cometa
Halley.
Los periodistas se encaminan al observatorio que hay en el
Instituto de enseñanza secundaria. Entonces sólo había un instituto en la
ciudad y se encontraba ubicado en el Patio de Escuelas. Encuentran el edificio
cerrado. Desafiando la oscuridad y los tremendos barrizales de la época, los
reporteros buscan la puerta trasera del Instituto que también está cerrada. Sin
embargo un hilo de luz que escapa bajo la puerta les hace pensar que en el
interior del observatorio alguien vigila el cielo charro...
El paseo del rollo es un enclave privilegiado desde el que
observar el cielo, y hacia allí se encaminan los periodistas. Algunos
salmantinos han tenido la misma idea que los redactores de El Lábaro, y allí se
ha formado una pequeña concentración de trasnochadores y madrugadores buscando
en el cielo con avidez el cometa Halley. Pero no ven nada.
Sale el sol, empieza un nuevo día. Los reporteros de El
Lábaro dan por terminada su jornada y terminan así su artículo:
Cabizbajos y empapados de lluvia tornamos sin vislumbrar ni un atisbo, sin haber experimentado el olor del cianógeno, sin sufrir ahogos al respirar. Sanos y salvos, en fin. […] Ayer no se vio Halley […] Nada; que nos notó de chunga a los españoles y no quiso exponerse a que le tomaran la cabellera, luminosa y todo.
Veintinueve años antes de esta aventura, el veintiséis de
junio de 1881, El Eco de Salamanca publica que un profeta italiano del siglo
XIV, llamado Leonardo Arentino, pronosticó que el fin del mundo llegaría el 15
de noviembre de 1881. Como quedan apenas cinco meses para la fatídica fecha, El Eco de Salamanca publica en exclusiva
lo que llaman “el programa de ese acontecimiento”:
El día 1º, el mar inundará las tierras.
El 2º penetrará el agua en el terreno.
El 3º morirán todos los peces del río.
El 4º todos los del mar.
El 5º los pájaros.
El 6º hundimiento de todos los edificios.
El 7º resquebrajamiento de todas las rocas.
El 8º temblor de tierra general.
El 9º hundimiento de todas las montañas.
El 10º todos los hombres se quedarán mudos.
El 11º se abrirán todos los sepulcros.
El 12º una gran lluvia de estrellas amenizará el espectáculo.
El 13º muerte de todos los hombres y después de todas las mujeres.
El 14º destrucción de todo por el fuego celeste.
El 15º resurrección y juicio final.
En este día se hará una tirada extraordinaria del Eco y se repartirá a domicilio.
En resumen, que los salmantinos somos bastante guasones.
¿Será por eso que nos llaman los andaluces de Castilla?
Si pasado el 21 de diciembre estás leyendo esto, será porque
el mundo no se ha acabado. ¡Pa habernos matao! Los pronósticos fatalistas
habrán servido para que hagan su agosto los organizadores de las fiestas del
fin del mundo, que por otro lado siempre han existido. Ya en 1910 comentaban los periódicos:
[...]del paso del cometa no se han enterado más que los empresarios de teatros y dueños de cafés, tabernas y buñolerías, que hicieron su Agosto en Mayo.
La noticia del fin del mundo habrá servido además para que
los romanticones se hayan lanzado a
tirar los tejos arropados por la coyuntura. Como en noviembre de 1889 que, con motivo de otra predicción del fin del mundo, El Adelanto publica el contenido
de unas tarjetas que hacían furor en Francia:
La señora X… ruega al señor Z…, que le conceda la satisfacción de acompañarle a comer en su casa el lunes 13 de Noviembre, noche final del mundo.
Y el anuncio apocalíptico habrá servido al fin para que en
mitad de una adormilada sobremesa del fin de semana nos preguntemos: Si hoy de
verdad fuera el fin del mundo, ¿querría estar donde estoy? ¿querría ser como
soy? ¿qué querría hacer yo las últimas horas de vida del planeta?
BIBLIOGRAFÍA
- El Lábaro.Diario independiente 7 de enero de 1910 19 de mayo de 1910
- El Adelanto. 20 de noviembre de 1889, 10 de junio de 1898, 19 de abril de 1906, 21 de enero de 1910
- El Eco de Salamanca. 26 de junio de 1881
Magnífica entrada y antes de que sea demasiado tarde y por si mañana se cumplen los pronósticos Mayas. Feliz Navidad.
ResponderEliminarQue a mí, como buen salmantino todo esto: ni frio ni calor.
Gracias! Feliz Navidad para ti también. En dos minutos 21 de diciembre, y de momento sin novedad en el frente...
EliminarTe acabo de conocer por casualidad, pero seguro que no será la última vez que pase por aquí. Espero que no te importe.
ResponderEliminarCordialmente,
Félix
Hola, Félix! Bienvenido! Gracias por pasar por aquí, y encantada de que vuelvas cuando quieras a darte un paseo por este cuarto de atrás. ¡Saludos!
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