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En 1933 Pilar Tavera escribe el artículo Salamanca para la revista Helmántica, publicación editada mensualmente en Argentina por el Órgano del Círculo de Salamanca, Social, Cultural y Deportivo.

Los españoles que habían emigrado a Buenos Aires habían constituido asociaciones, para ayudarse a superar momentos tan difíciles en tierra extranjera. El círculo de Salamanca fue una de aquellas asociaciones.

Portada del ejemplar de la revista Helmántica. nº68 de mayo-junio de 1933 donde aparece el texto de Pilar Tavera. Archivo de Alejandro Tavera García

Portada del ejemplar de la revista Helmántica. nº68 de mayo-junio de 1933 donde aparece el texto de Pilar Tavera.Archivo de Alejandro Tavera García

 

El texto que envía la escritora a tierras argentinas está dominado por la hipérbole más cariñosa y apasionada, muy en consonancia con el amor y la nostalgia que explota en el corazón de todo el que ha dejado su casa a kilómetros y años de distancia.

En el texto, Pilar Tavera recorre las distintas calles de la ciudad, señalando sus rincones más emblemáticos, La escritora recrea para sus lectores de argentina la luz, los colores, el silencio y los sonidos de Salamanca. Pellizca el corazón de aquellos charros que están lejos haciendo un hueco entre la monumentalidad artística para que miren la hora en el reloj de la catedral, y para informarles además de pequeñas anécdotas como que las campanas del convento de las Madres de Dios en la calle Compañía han dejado de sonar.

Pilar Tavera inicia su elogio a Salamanca nombrándola Ciudad de la luz. Ni más ni menos. Desde esa premisa la escritora recorre una Salamanca envuelta primero en la oscuridad de la noche pero que termina desprendiendo al sol brillos deslumbrantes.

El artículo ¡Salamanca! que se reproduce a continuación ha sido recuperado por Alejandro Tavera García, al que quiero agradecer que tan amablemente haya permitido la publicación del texto en Historias del cuarto de atrás.

 

¡Salamanca!

Con un saludo cariñoso para todos los salmantinos que tan alto han sabido poner el nombre de la patria chica en tierras argentinas.

Sánchez Rojas, en una crónica admirable, llamó a Sevilla la Ciudad de la gracia. Yo me atrevo a decir que Salamanca es la Ciudad de la luz. Por ello hemos de entrar con devoción en ella; más que ciudad es un joyel, un grande y augusto relicario dispuesto para la gran fiesta del espíritu.

Merece la pena de abandonar la vida frívola e insustancial del siglo y entrarse a placer por estas calles silenciosas de las Úrsulas, Bordadores, plaza minúscula de Santa Teresa con su casa conventual. Libreros, Compañía, donde aún parece sentirse el revolar gracioso de las capas airosas de los estudiantes de antaño, a cuya cabeza se adivina la figura pícara de Don Félix de Montemar; en las que todavía flota el silencio de los pasados siglos mudos testigos de estas vidas que siguen habitándolas, sencillas, buenas, austeras, llenas de místicos fervores como bañadas en este ambiente de blanca quietud conventual.

¿Quién no se ha sentido algo poeta, algo alado, algo irreal, al contemplar la fachada admirable de la Universidad, que es un prodigio y un encanto para los ojos que no se cansan de mirar, porque para ellos, en hermandad con el espíritu, esta contemplación resulta una fiesta de luz?

Pocos pasos bastan para sentir el hechizo de esta ciudad de maravilla que apenas gustada, despierta el interés y arrastra los cuerpos en divino peregrinaje de arte y pone exaltación en los espíritus haciéndolos sentir la emoción intensa del momento.

II

Es de noche, y reposa tranquila la severa ciudad hija de otras centurias.

Solo vigila la pupila encendida del reloj de la torre de la Catedral que se levanta austera y llena de prestanza dominándolo todo como cobijándolo con su sombra augusta y protectora para ofrecer, a los mortales un símbolo de su alta misión espiritual.

En frente de ella, la calle de la Rúa recta, derecha como un flechazo clavado en la puerta milenaria de San Martín. A su izquierda, la divina maravilla de la casa de las Conchas, con la forja preciosa de sus rejas y sus piedras talladas, argentea bañada por la luz de la luna.

Suenan las doce y en el silencio augusto de la noche se espera escuchar como en cercanos tiempos, la voz de plata y cristal de la campana de las Madres de Dios, de las .Úsulas, llamando a las hermanas a los rezos litúrgicos, cuando el sonido se difundía argentino en el aire limpio y purificado de la noche, sobre el que vierten rosas de oro las estrellas que centellean vigilantes como centinelas, de un sueño de inmortal grandeza.

Mas las campanas de las madres no suenan ya en el silencio de la noche, hace algún tiempo calló su voz que decía de misticismos y fervores, pero de cerca aun se puede escuchar la campanita interior que llama a las hermanas a la oración y el espíritu se abandona seguro y confiado en la paz de la noche, bajo el encanto mágico de la música evocadora que ha dejado en el aire el dulce tañir de la campana conventual que es como incienso santo que ha subido a lo alto convertido en sonidos, mientras el Tormes canta su eterna canción de amor a la Ciudad, a cuyos pies  se desliza espejeante como cinta de plata mientras vela el sueño de sultana de la Ciudad que duerme.

Salamanca sobre todo es creyente.

Lo pregona el reposo doliente de sus antiguas calles de patriarcal ancianidad por todos respetada, la voz nostálgica de sus campanas, el sosiego religioso de sus Iglesias y conventos, de los que fluye una gran sinfonía de misticismo, de fe y renunciación, de dulzura y de paz.

Nunca fue avara de sus muchos tesoros: por el contrario los muestra al forastero con franca sencillez, con la sencilla franqueza de lo realmente grande y una grata sorpresa aguarda al visitante al penetrar en ella, pues puede estar seguro que un escudo, una reja o una bellísima portada han de saludarlo en cada paso.

III

Va amaneciendo.

Ya cantó el primer gallo.

No tarda el sol en envolver las esbeltas torres de la Catedral y Clerecía en la caricia gloriosa de sus rayos de oro y María de la O. derramará sobre la ciudad, dormida ahora, el blando rocío de las notas del “Angelus”. Y si la noche ha sido pródiga e intensa en emociones a la suave luz del sol naciente se siente como un embrujamiento, como un fuerte hechizo que cautiva, que exalta hasta hacer exclamar: ¡Qué encanto de ciudad! ¡Qué maravilla!

Y es natural la exclamación, porque se siente como un deslumbramiento contemplándola en ésta hora limpia y purificada de la mañana bajo la luz cegadora de este sol de Castilla que ha sabido dorar con su fuego las piedras veneradas de estas majestuosas catedrales, de estas magníficas Iglesias ricas en obras de arte de las que guardan incontables tesoros.

¿Dónde habrá goce que pueda igualar al goce espiritual que se siente al contemplar estos bellos palacios, sobre cuyas fachadas ostentan los artísticos blasones de tallada piedra, de augusta ancianidad que tan alto pregona su glorioso pasado?

Ven, visitante peregrino del arte; detente a contemplarla y sobre todo entre en ella poseído de santa devoción. Es rico joyel santo y augusto relicario. El sol potente de Castilla enamorado de ella ha dorado una a una sus piedras milenarias, estas piedras labradas a golpe de cincel por un mago hechicero -que esto no puede ser cosa de hombres- y doradas a fuego de sol por mandado del cielo. Y así es oro toda ella, pero oro de ley que ciega, que deslumbra, que abrasa el espíritu con dulce sensación, que hace sentir el placer brujo de se encanto, que embriaga como el vino añejo y como él conforta y fortifica.

IV

Ya salió el sol y bajo la cálida caricia de sus llamas palpita el corazón de la Ciudad en tantos majestuosos edificios agrupados en ella con cariño de hermanos a los que la ancianidad une más.

Las altas torres parecen protegidas con santo amor de fe y de religión, mostrando a los mortales altas y derechas el camino a seguir. Entre ellas maravillosa la sutil crestería del palacio de Monterrey, brilla esmaltada por el oro del sol recortándose airosa sobre el azul del cielo hiriendo los ojos abrasados como castillo de fuegos de artificios.

¡Qué bella es Salamanca!

Si yo fuera poeta, haría una estrofa toda blanca y rosada llena de perfume y poesía como ésta estampa dorada de retablo evangélico que eres tú. ¡Oh, Salamanca!

Pero sobre todo y ante todo para entrar en ti bella ciudad, cerraría los ojos de la materia a toda mirada exterior para dejar en par en par abiertas las puertas del espíritu y después toda recogida, callada, dejaría que en todos mis sentidos penetrara tu luz, haciendo callar todo en derredor como aquel visitante que un día, casi violento mandó callar al guía mientras decía con unción:

¿Pero es que ésto necesita explicación?

Pilar Tavera Domínguez
Salamanca y Mayo de 1933

Transcripción del artículo: Julio Pollino Tamayo

 


 

Bibliografía

:

  • El asociacionismo en la emigración española a América. Juan Andrés Blanco Rodríguez. UNED Zamora, Junta de Castilla y León. 2008

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