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Hace mucho tiempo los eclipses y todas las asombrosas fenomenologías celestes volvían del revés la ciudad de Salamanca.

Pero antes de empezar con esa historia voy a hacerte una pregunta: ¿y tú qué hiciste durante el último eclipse de sol?

Yo apenas hice caso al sol…; se han enfriado mucho mis relaciones con los fenómenos celestes. Por ejemplo hace tanto tiempo que no miro las estrellas que perfectamente podría haberme sobrevolado una flota entera de naves extraterrestres haciendo cabriolas sin que me hubiera dado ni cuenta… Así de apegados al suelo caminamos algunos; con las narices bien metidas en el asfalto que pisamos no vayamos a tropezar, que con la de baches de todas las clases que nos salen al camino cualquiera se arriesga, ¿no…?

Darnos cuenta de esto y que empiece a protestar el astrónomo pequeñajo que llevamos por dentro es todo uno. Porque, el que más y el que menos, lleva consigo desde niño un astrónomo interior.

A ese astrónomo niño la gente de antaño lo liberaban más que la actual.

El 30 de agosto de 1905, Salamanca despierta decidida a disfrutar un eclipse parcial de sol. El redactor de El Adelanto –con no poca guasa– explica tanto revuelo ante la perspectiva del eclipse por:

la afición que el público salmantino tiene a los espectáculos gratuitos.

Desde muy temprano, en las proximidades de la plaza Mayor el kiosquero Barazal – muy popular entre los salmantinos de entonces– anuncia a voz en grito:

¡El Libro del Eclipse,  A cambio de una perra chica todo el que quiera puede saber de las guerras y crímenes que ocurrirán!

Las vecinas se juntan en grupos a charlar del tema del día:

Unas culpan del eclipse al gobierno.

¡Muy bien echada que está esa culpa!. Los gobiernos de España siempre andan metiendo la pata y ningún sopapo sobra.

Otras, menos entusiastas de la política y de espíritu más inclinado a la filosofía poética, atribuyen el eclipse :

al cansancio del sol.

Mientras charlan, salmantinas y salmantinos van proveyéndose de tal cantidad de cristales ahumados que según la prensa las ventas de cerillas y vidrios se disparan en la ciudad.

El día, aunque había amanecido espléndido, va cubriéndose de nubes nublando al mismo ritmo los ánimos de los salmantinos. Será posible que las nubes vayan a taparnos el sol… —pensarían. Pero a  las once y media se abren los primeros claros en el cielo. Justo a tiempo de que los charros desplieguen al sol toda clase de artilugios y estrategias para sus exploraciones astronómicas.

En la Plaza Mayor, los que no disponen de cristales ahumados acechan el reflejo del eclipse en el agua de la fuente que existió en los jardines que ocupaban entonces la plaza.

En la Rúa, en la calle Toro, en la calle san Justo, en el Rollo, en los Caídos proliferan tubos, canalones y toda clase de inventos de cartón y engrudo:

Lorenzo Sánchez había ahumado un cristal y le había colocado al extremo de un canalón con el que debía hasta contar los habitantes de la luna.

El hojalatero Justo Álvarez coloca a la puerta de su negocio un trípode con un tubo de zinc, cristales ahumados en los extremos y un cartel en la parte superior escrito a mano con trazos gruesos:

Observatorio astronómico de la Real Cámara de san Justo.

fotografía eclipse de 30 de agosto de 1905. Prensa histórica

Fotografía de La ilustración artística : periódico semanal de literatura, artes y ciencias de 18/09/1905. Prensa histórica

A la una del medio día se da por finalizado el eclipse.

Tras haber echado unas risas al sol, los salmantinos vuelven a sus ocupaciones comentando las incidencias del eclipse, el descenso de las temperaturas y

un color peculiarísimo en algunos momentos.

No sé yo si, cuando nos suceda el próximo eclipse, conseguiremos pausar esta vida acelerada que llevamos, si lograremos encontrar el tiempo y los ánimos suficientes de echar unas risas al sol, de asombrarnos con ese “color peculiarísimo” en la luz, si seremos capaces de salir como niños a la calle para jugar a ser astrónomos como hicieron nuestros maravillosos tatarabuelos…

DOCUMENTACIÓN:

El Adelanto. Diario de Salamanca: jueves 31 de agosto de 1905

Las fotografías de esta entrada proceden de la web de prensa histórica del Ministerio de Cultura

 

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Cuatro meses antes, una universitaria principiante se instala en el sexto piso. Subiendo y bajando por las escaleras, irá encontrándose con su vecinos: el niño-Batman, la niña fea, el médico del botiquín desmantelado, una abuela que extravía recuerdos, la dependienta que no vende, un escritor con batidoras en la maleta.

El perturbado del séptimo sabe que puedes leer sus pensamientos. En lo alto del edificio un astrónomo deprimido vigila con obstinación la luna.

Interesados, suban hasta la azotea. En caso de pérdida, sigan el rumor de pasos en la escalera.

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